jueves, 28 de julio de 2011

Una Ministra equivocada


"Resulta incomprensible que después de los desastres que produjo la conversión de la salud en un negocio, hoy, con los mismos argumentos que otrora se usaron para mercantilizar las dolencias, se proponga la creación de universidades con ánimo de lucro, señala Federico García Posada en el diario El nuevo Día, de Ibagué.


Conocí al menos dos instituciones de esta naturaleza y mis recuerdos aún me producen repugnancia intelectual. Una de ellas nació y creció en un país del cono Sur. Su población se multiplicó por diez en sólo tres años, mientras su rector y propietario en las dos ocasiones que le pude escuchar, se jactaba de su acierto con ese negocio.

Él también hablaba de la calidad, ni más faltaba, pero de una calidad que no pasaba por tener profesores altamente calificados ni laboratorios ni nada por el estilo. Para él, la calidad estaba definida en términos de demanda por sus servicios y de deserción estudiantil.

En otras palabras, para este honorable rector y propietario un producto tiene buena calidad si es demandado y si en el proceso de producción las pérdidas son muy bajas.

El rector de otra universidad -digámosle así en gracia de discusión-, nunca varió su discurso en las dos o tres reuniones en las que con él compartí: se centraba en su preocupación algo más que académica por el precio de la tierra en la capital suramericana donde tenía su negocio y en su constante e indeclinable esfuerzo por hacer bajar los impuestos a la propiedad.

Debo reconocer que he conocido en mi vida instituciones de educación superior que, sin tener ánimo de lucro, son tan malas como esas dos.

Pero en este caso, suelen ser entidades de condición legal encubierta, que aparecen como sin ánimo de lucro, cuando en realidad hasta las cuentas del mercado de los propietarios y el pago de sus apartamentos en Miami, pasan por la tesorería de esos ilustres changarros.

Pensará la señora Ministra de Educación que basta con mover un poco el apetito de empresarios honrados y cívicos para que la calidad sí esté garantizada. Pero es evidente que ella no tiene un honradómetro como para saber cuáles son cacos de oficio o caballeros de industria, ni basta con ser honrado para poder garantizar la calidad de una institución educativa.

De hecho, en los ocho años de la exministra Cecilia María Vélez, algunos de los técnicos de su Ministerio, hasta donde entiendo sin el pleno conocimiento o consentimiento de ella, impulsaron la universalización de las normas ISO como criterio superior de calidad educativa.

Los grupos de empresarios por la educación fueron animadores de esa empresa inútil y hasta perjudicial, porque distrajo a los colegios y universidades de sus tareas más importantes, en la creencia de que ser empresario es ser lo mejor y de que nuestras empresas como son sinónimo de calidad, deberían ser ejemplo para la educación.

Evidentemente todos los supuestos son falsos, por más que la gente esté convencida de su validez. Tengo la seguridad de que si se llegaren a crear instituciones de educación superior con ánimo de lucro, el centro de sus currícula serán los cursos de creación de empresas.

¿Por qué? Porque ante la incapacidad de nuestra planta productiva para crear empleos, no hay mejor camino que hacer sentir a los jóvenes profesionales una culpa inmensa por no tener cómo ganarse la vida, al chutarles el balón de la creación de puestos de trabajo.

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